sábado, 30 de enero de 2010

sonrisa

Hay una cicatriz en la tierra en Bosque Lindo. Un río de aguas tan claras como la franqueza se discurre en meandros recorriendo la pradera. A modo de pueblo milenario las casas están orientadas al norte y en una leve meseta verde de cipreses. Esto explica porque no afectan los desbordes frecuentes del río a causa de las lluvias. El agua trae consigo siempre una novedad. Arrastra la corriente algún vestigio de otras comarcas, que si bien están alejadas, suelen aparecer entre las costas del río. Así fue que mientras Rogelio torturaba a su perro imitando a Pavarotti, un cuerpo llegó a la costa. En harapos casi en un tono azul, apareció exhausto, con la asfixia a boca de piel.Un hombre. Era rubio, alto y azulado. Parecía no haber comido al menos en un mes. Estaba con las manos y los pies coartados en grietas violáceas y con una sonrisa que le ampliaba la cara y le cerraba los ojos. Algo insólito, si uno se pone a pensar, pues alguien en su condición de moribundo no podría verse así. Algo impensado, como lo es estornudar con los ojos abiertos. Rogelio, que solía cuidar los animales mientras no ladraba emulando a Pavarotti, fue a su encuentro. De hecho su perro, que lógicamente se llamaba Luciano, lo encontró. Ambos le miraban la expresión y se miraban entre sí. Rogelio armó valor y montó al caballero azul en un palomino y lo llevó hasta su casa. El médico que mandaban de vez en cuando al paraje, nunca llegaba a tiempo para atender. Las personas no solían enfermar y de haber un accidente acercarse a un centro de salud demoraba un día entero de viaje. El caballero no respondía y no se le quitaba su sonrisa del rostro. Los habitantes de Bosque Lindo demoraron minutos en aglomerarse en la casa de Rogelio. Decidieron entre sopas y brebajes caseros tratar de animarlo. El caballero azul, que se tornaba a rosadito con la sopa, tendido en el catre, comenzaba a mover de a poco esa raquítica figura sin decir palabra. Mara comenzó a masajear su cuerpo frío. Jaume le hablaba bajito como cura en el confesionario. Rogelio preparaba un espeso té de cedrón, y hasta Lucciano le lamía las manos y los pies. La casita se llenó de calor y tensión. En el ritual, llegó la luna de la mano de la noche y cesó de llover. Ahí el caballero respiro profundo y aún con la sonrisa instalada, balbuceó.
---Al despedirse, ella me besó suave.—
Una mezcla de ternura y desasociego inundó el cuarto y sonrojó a la luna. Las nubes volvieron a cerrarse y un trueno se oyó como si alguien se hubiera enojado en el cielo mientras el caballero sonreía el adiós.

2 comentarios:

  1. ah...qué bellas cosas pasan en Bosue Lindo, no?


    y qué lindo las cuentas, Farero!

    (me sigue gustando mas Farolero, je!)

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  2. Ahogarse en el río. Ahogarse en un vaso de agua. Ahogarse en lágrimas. Lo dices muy bien: el agua siempre trae una novedad. Y también tus letras, como este caballero ahogado en un adiós.
    Lo has escrito tan lindo!
    un beso

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